Galerna en el golfo de Vizcaya


La galerna de 1912: tragedia y desolación en la costa vizcaína

Han transcurrido casi cien años desde que la catástrofe en forma de galerna se cebase con los arrantzales de Bermeo, Ondarroa, Elantxobe y Lekeitio. Aún así, las dudas planean sobre la naturaleza del fenómeno atmosférico que se llevó la vida de 143 hombres, entre ellos 116 bermeanos, mientras faenaban a 45 millas del cabo Matxitxako. Incluso, se pone en tela de juicio sí esta cifra corresponde con el número real de víctimas. La noche del lunes 12 al martes 13 de agosto de 1912 una galerna de dimensiones no previstas se cernió sobre las costas vizcaínas y guipuzcoanas. Hay estudiosos que dicen que no fue tal galerna, sino las estribaciones del frente de una borrasca que se descolgó demasiado al sur para la época del verano en la que se encontraban. Por estas fechas, la campaña del bonito estaba dando a su fin y las capturas no habían sido nada buenas. Entre la inestabilidad del tiempo durante toda la estación estival y la escasez de la pesca, la situación entre los pescadores distaba mucho de ser halagüeña. Este era el panorama en el que se desarrolló una tragedia que supuso un punto de inflexión en las artes y modos de pesca en el litoral cantábrico.

Las primeras noticias oficiales que se tienen de los efectos desastrosos de la galerna de 1912 aparecen en los rotativos bilbaínos el día 14 de agosto, con titulares tan descriptivos como Tragedia de los pescadores de Bermeo. Pero este tipo de desgracias no era algo nuevo en la cornisa cantábrica. En efecto, entre las galernas más desbastadoras que se recuerdan está la del 20 de abril de 1878, Sábado de Gloria, que se saldó con 144 de arrantzales fallecidos, la del 26 de julio de 1881, de la que no se llegó a precisar el número exacto de víctimas, y la del 19 de octubre de 1892, que se llevó, entre otros, al conocido patrón donostiarra Luis Carril. Con motivo de la galerna de julio de 1881, en la prensa de Bilbao se recogía la opinión general sobre el origen de este tipo de repetidas desgracias. Se decía que la causa era la apatía de las autoridades públicas, en cuanto a la formación de las Juntas de Salvamentos Marítimos, elementos necesarios para socorrer a los náufragos.

En 1912 la situación de la seguridad marítima poco o nada había cambiado con respecto a lo indicado anteriormente. Aún así, el sector pesquero se encontraba inmerso en un proceso de profundos cambios. Del remo y de la vela se estaba pasando a la tracción mecánica, las artes de pesca se estaban renovando y el asociacionismo obrero horadaba la ancestral estructura gremial establecida durante siglos por las cofradías de pescadores. A pesar de ello, todavía pervivían las ancestrales artes de pesca, representadas por los diferentes tipos de lanchas que faenaban bien solas o en combinación con vaporcitos pesqueros. Por ejemplo, entre las diferentes compañías que se dedicaban a la pesca matriculadas en Bermeo, no era extraño que las lanchas boniteras se dedicasen a la captura de los túnidos para llevarlos a los vaporcitos en alta mar, los que volvían con las capturas a puerto a toda velocidad.

Pero volvamos a la galerna de 1912. El día después de la catástrofe la prensa vizcaína y guipuzcoana hablaba de vidas y de embarcaciones inmoladas y, también, de escenas de desesperación y de locura. Otra vez la galerna maldita ha inmolado la sangre de los pobres pescadores de Bermeo, se decía al cerrar la edición de El Liberal. Se hablaba de más de 20 muertos, sin que se supiese nada de 160 pescadores. A primera hora de la tarde del martes día 13 de agosto, el alcalde de Bermeo telegrafiaba al presidente de la Diputación de Vizcaya haciéndole saber que había tenido lugar un temporal que había causado náufragos. Al mismo tiempo, le pedía que ordenase a los pueblos de la costa que saliesen para socorrer a las lanchas en peligro que se encontraban a unas 40 millas a la altura de Ondarroa. Iguales telegramas se enviaron a la Comandancia de Marina de Bilbao y a la Casa Naviera Sota y Aznar, requiriendo su ayuda. Pero entre la mala mar y la falta de tiempo para preparar los vapores de socorro, tal auxilio no se llevó a efecto.


Foto: trapotxu.

El temporal se desencadenó el lunes 12 por la tarde y alcanzó su pleno apogeo durante esa noche. El día 13 amainó algo. Ante la falta de noticias de las lanchas no cabía otra cosa que conjeturas. Según los pescadores, sí algo ocurrió tuvo que ser durante la madrugada y todo auxilio que se enviase el día 13 por la tarde ya sería tardío. Ante el estado imponente de la mar, fueron las mujeres las primeras en inquietarse a primeras horas de la mañana del día 12, alarma que pronto se expandió por todo Bermeo. Con las primeras noticias oficiales de la catástrofe y la llegada en arribada forzosa de algunas lanchas, nadie dudaba de que una nueva desgracia acababa de suceder. Pasadas dos horas del retorno de estas lanchas seguían faltando 24 embarcaciones de las que no se tenía noticia alguna. La inquietud se agudizaba y no había modo de enviar socorro alguno.

La multitud pedía explicaciones a los tripulantes que habían conseguido huir de la galerna. Éstos contaban trágicos detalles, entre ellos, el de una de las lanchas naufragadas a la que no pudieron socorrer. La angustia era indescriptible entre la población bermeana y, con la llegada de una nueva lancha a las seis de la tarde, nuevas y trágicas noticias sacudieron a la población. Se decía que las mujeres, sabedoras de la espantosa nueva, corrían por las calles dando gritos y locas de dolor. Ese mismo día 13, a las nueve y cuarto de la noche, se ignoraba la suerte de 160 pescadores. Durante toda la noche la población se agolpaba en el muelle, intentando atisbar alguna luz entre la densísima niebla que cubría el horizonte. Los telegramas entre las autoridades locales de los pueblos sacudidos por la catástrofe y las autoridades provinciales y de marina se sucedían a una velocidad de vértigo. Tampoco faltaron los reproches del gobernador civil y de la ayudantía de marina a los pueblos afectados por lo que consideraban una falta de previsión ante la catástrofe e incumplimiento de la ley vigente, al no haber avisado a la autoridad competente en cuanto se tuvieron las primeras noticias de esta desgracia.

El miércoles 14 ya comenzaron a esclarecerse muchas de las cuestiones. Por telégrafo llegaban noticias de otros puertos, sobre todo de la provincia de Santander, en los que se habían guarecido embarcaciones matriculadas en Bermeo, Ondarroa, Lekeitio y Elantxobe, Aún así, el balance de víctimas era desalentador. En los periódicos se leía que Bermeo había perdido su juventud y esta afirmación era verdad. Se daba por fallecidos a 116 bermeanos, la mayoría con edades comprendidas entre los 18 y 30 años. Para hacernos una idea de la magnitud de la catástrofe, esta cifra correspondía a un uno por ciento de la población total de esta población. Es más, de las ochenta bodas que estaban previstas para celebrarse ese fin de semana en el marco de las fiestas patronales, 40 de los novios fallecieron. A todo esto hay que añadir el número de viudas y huérfanos que quedaban en la mayor de las miserias si no fuese por la ayuda de la caridad popular.

Se ha debatido mucho sobre la causa de esta catástrofe, de porqué los vaporcitos que se encontraban faenando volvieron enseguida en cuanto recibieron el aviso de galerna, mientras que las lanchas boniteras siguieron con la pesca. Tal vez, el testimonio más revelador sobre este particular sea el del mayordomo y secretario de la Sociedad Libre de Pescadores, Ramón Ojinaga. Este hombre no recordaba un verano peor para los pescadores. No hubo ni un solo día de tranquilidad y en varias ocasiones tuvieron que recalar en arribada forzosa por el mal tiempo. El día 9 salió la compañía bermeana compuesta por 36 lanchas de Bermeo y 4 de Ondarroa para dedicarse al bonito. El temporal comenzó el lunes 12 a las 5 de la tarde. A esa hora los alcaldes de mar de vapores izaron las banderas en señal de peligro para que las embarcaciones pesqueras regresaran a puerto. Los vapores de Bermeo y cuatro lanchas de Ondarroa hicieron caso, pero las lanchas de Bermeo continuaron con las capturas, sin que al parecer les preocupase gran cosa el estado de la mar. El temporal continuó en aumento y, a media noche, alcanzó su mayor fuerza. Fue entonces cuando zozobraron las embarcaciones.

La pregunta era ¿por qué no regresaron las lanchas? Para el señor Ojinaga pudieron existir varias razones, entre ellas, que los pescadores de Bermeo al guardar religiosamente las fiestas de la Virgen de Begoña y San Roque quisiesen aprovechar el tiempo, ya que el día 14 acostumbraban a dar por terminada la pesca del bonito. También parece que el lunes, después de unos días de escasez se presentó pesca en abundancia y procuraron sacar el mayor partido posible pensando que la galena pasaría pronto. No hay que olvidar que los pescadores acostumbraban a trabajar cuanto podían durante el verano, con el fin de hacerse con unos ahorros para el invierno. Por lo tanto, a juicio de Ojinaga, a los arrantzales les perdió el afán de aprovechar el tiempo, en vista de que la pesca abundaba.

Con el paso de las horas las evidencias de la catástrofe se convertían en una lacerante realidad. A los relatos de los náufragos y de aquellos que habían intentado salvar a sus compañeros de otras embarcaciones, se añadía el listado de las lanchas y de aquellas tripulaciones que faltaban. Según los marinos y pescadores bermeanos, se habían perdido las mejores embarcaciones, dirigidas por los patrones más diligentes e intrépidos. Los vapores de esta localidad y de Lekeitio que salieron en socorro de los náufragos, tampoco volvían con mejores noticias. La gente, ante la innegable realidad, llenaba las calles de Bermeo con el color negro de sus prendas en señal de duelo, al mismo tiempo que se suspendían las fiestas patronales organizadas para esa semana.


Foto: jroblear.

Ante la terrible magnitud de esta tragedia, su noticia pronto llegó a conocimiento del público en general. Los telegramas de pésame y de apoyo para las víctimas no tardaron en llegar y, con ellos, la caridad pública. Hay que tener en cuenta que por aquel entonces no había partidas presupuestarias para aplicar en casos de catástrofes como la que estamos tratando y

que la mayor parte de los socorros provenían de donaciones y suscripciones públicas. En Bilbao, pronto surgieron todo tipo de iniciativas para paliar a las familias de las víctimas de la difícil situación económica en la que quedaban. Fue tal la avalancha de propuestas para recaudar fondos y abrir suscripciones que la Sociedad Bilbaína convocó a todas aquellas entidades interesadas en este particular con el fin de crear una Junta Magna que aglutinase todas estas actividades.

Mientras tanto, se celebraron los solemnes funerales por las víctimas en Bermeo, con la presencia del Rey, cuyo ayuda de cámara ya había acudido a esta población el día 16 con 4.000 pesetas en metálico que repartió entre los familiares de las víctimas. Las suscripciones y donativos se multiplicaban. El Gobernador Civil de Vizcaya recibía buena parte de ellos y los metía en una cuenta abierta con este objeto en el Banco de España. La Diputación de Vizcaya también abrió su correspondiente suscripción y, del mismo modo, el alcalde de Bermeo recibía gran parte de este flujo de solidaridad popular. En la presa de Bilbao un día sí y otro también se indicaban los donantes y las cantidades que aportaban. Claro, la cuestión era cómo distribuir y aplicar luego todo este dinero. Y en este punto aparecieron de nuevo las críticas, por ejemplo, en El Liberal se acusaba al Partido Conservador de utilizar el dinero conseguido en estas suscripciones para atraerse votantes.

Dentro de esta corriente de solidaridad, La Junta Magna organizadora de festejos para allegar recursos con destino a las familias de las víctimas organizó una corrida de toros, una función teatral y un festival de pelota, con la máxima expectación y participación por parte de todo el pueblo de Bilbao. Entre todos estos espectáculos se recaudaron 46.650,28 pesetas, dinero que le fue entregado al alcalde de Bermeo. Hay que añadir, también, entre otros eventos realizados a favor de los damnificados, el Festival infantil organizado por la Asociación de Maestros municipales de Bilbao, o la Tómbola benéfica llevada a efecto por la Juventud del Partido Conservador, secundados también ambos eventos con la mayor participación ciudadana.

Mientras tanto, las cofradías se alzaban contra la precariedad de la seguridad de los pescadores de la Costa Cantábrica. La cofradía de Santoña convocó a los cabildos y cofradías de las provincias de Santander, Vizcaya y Guipúzcoa a una asamblea que se celebró el 10 de septiembre en el Salón Vizcaya de la capital bilbaína. De esta reunión se sacaron unas conclusiones que consiguieron elevar a proyecto ley en las cortes. Ante todo, se quería establecer un sistema de alarma y salvamento que evitase las continuas catástrofes que sacudían el litoral cantábrico. Entre las bases de este proyecto de ley se recogía la construcción de varios observatorios meteorológicos que avisasen sin demora de la llegada de las galernas y frentes de borrascas; la creación de escuelas de pesca que hiciesen más remunerador el trabajo de los pescadores; la implantación de motores en las lanchas pesqueras; la obligatoriedad de seguros para las embarcaciones, artes y pescadores; y, por último, la creación de una serie de puertos de salvaguarda en los que tendría su sede una flotilla de buques de salvamento. Algunos de estos puntos sí que se llegaron a cumplir y consiguieron mejorar, en cierto modo, las precarias condiciones laborales de un colectivo sacudido repetidamente por desgracias como la galerna de 1912.

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